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Migrante en Valencia en tiempos de Corona

“El balcón no se abrió, ni nadie se asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil tratando de medrar con las migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violín en el estuche y se alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que se iba la mañana siguiente, sino que se había ido desde hacía muchos años con la disposición irrevocable de no volver jamás.”.
El Amor en los Tiempos del Cólera. Gabriel García Márquez.

Ya he perdido la noción del tiempo, me olvido si es lunes o domingo, prefiero conscientemente borrar de la memoria el número de días que han pasado en el encierro. Estoy por olvidar los abrazos y los besos que se dan en esta tierra española, y que tanto me gustan pues me hacen sentir como en casa. Casi olvido mi voz, y a veces temerosa de no poder recordar más como suena, me pongo a conversar conmigo misma. Supongo que la soledad y el asilamiento te llevan a eso, a estar dispuesta a tener largas conversaciones con tus miedos, con tu angustia por estar aquí, lejos de la familia, lejos del sol caribe, por estar ahora sola, aislada, a la constante espera de una vídeo llamada que te haga sentir allí, acompañada, abrazada por tu madre, tu padre, tus hermanas, tu perro, tu gato, tu espacio de la vida que no volverá jamás, pero que, en estas circunstancias, es la que más extrañas.

Ciertamente, mi mundo estaba detenido desde antes, pero ahora es diferente, porque ya no hay visitas de mis amigas que me sostienen en esta lejanía, las calles están muertas, los balcones no se abren, salvo a las 8 para aplaudir a quienes están siendo nuestros héroes y heroínas, no se escuchan más las bocinas de los autos, las bicicletas, ni la música del señor que afila los cuchillos en Valencia. La ciudad que me enamoró paulatinamente ahora también está detenida, ya no hay conciertos a los que ir, ni bares donde tomar cervezas y comer aceitunas, no hay parques donde correr, ni posibilidades de encontrarse a cielo abierto para comer, beber y enamorarse del azul del mediterráneo. Ahora estamos adentro, en nuestras casas, en nuestras habitaciones, unos seguramente con amigos/as, familia, otros/as estamos solas, pero indudablemente seremos muchos los privilegiados que estamos más conscientes del ESTAR, de habitar un espacio aquí y ahora. De hecho, aunque extrañe enormemente esa otra casa, ese otro hogar, este aislamiento me hace reafirmar que no importa donde estés, que tan lejos de tu país de origen te encuentres, tu hogar está donde tu corazón tiene paz y tranquilidad, y pese a las dificultades que el migrar ha traído, los accidentes de la vida, las enfermedades acontecidas en épocas de corona, estoy agradecida por estar aquí y ahora en Valencia.

Desde que mi mundo se detuvo, pues he tenido un accidente antes de la pandemia que redujo mi movilidad, y desde que el mundo entero se ha detenido, he intentado mirar el lado positivo a este confinamiento. Es una oportunidad para observar adentro, pensar en lo que hasta ahora hemos hecho, hacia dónde hemos tirado de la vida y replantearse hacia dónde se quiere ir y se debería ir como individuos y como sociedad. Sin embargo, sé que este periodo, mirado como una etapa de reflexión, descanso y reconfiguración de la vida, es un privilegio de pocas personas, aun más cuando de migrantes se trata. No dejo de pensar en lo que este aislamiento significa para mis hermanas suramericanas, africanas, asiáticas que se encuentran en el eslabón más bajo de ésta sociedad también racista, clasista, machista… aquellas en situación administrativa irregular, obligadas al trabajo diario para subsistir, temerosas de enfermar sin saber si hay un sistema sanitario efectivamente universal que las atienda sin discriminación, condenadas a estar en pocos metros cuadrados con el agresor, algunas sin más remedio que estar en continua exposición al coronavirus, pues mientras todos y todas estamos en casa, ellas seguirán cuidando, limpiando, atendiendo las fruterías, verdulerías, sin las mismas garantías que los grandes almacenes y empresas.

Por último, mirando mi realidad “glocal”, esa permeada por este Norte y atravesada por los sures, debo decir una vez más que España, como sociedad, tiene mucho que aprender de aquellos países que suele mirar desde el exotismo o la lástima. Países que han sido capaces de responder de manera solidaria, desde lo comunitario ante la escases de recursos sanitarios, sociales, económicos… respondiendo ante esas necesidades incapaces de ser atendidas por sus gobiernos, pero suplidas por una red comunitaria que ha aunado esfuerzos para que nadie por el impedimento de salir al “rebusque” se quede sin comer, sin tapabocas, sin agua… esa red comunitaria, esa red barrial es la que sigo añorando en este aquí y ahora, deseando que después de esta crisis salga a flote ese construir, colectiva y solidariamente, una sociedad española diversa, inclusiva, autóctona, migrante…

Lina D’Onofrio Flórez. Valencia, España, 26 de marzo de 2020.  

#NoEstasSola

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Comentarios (2)

  1. REPLY
    Lina says

    Estimado Gary, gracias por la lectura y darle vida a mi voz en la distancia. Esperemos que el concepto de desarrollo sea transformado desde nosotros mismos, desde las pequeñas acciones y desde lo macro político una vez superada esta pandemia, es ésta una gran oportunidad para ello. Te abrazo y como lo has dicho migrar nos hace modificar hasta nuestro concepto de familia, a uno más amplio, sin fronteras, sin concepto de consanguinidad. Te abrazo hermano migra!

  2. REPLY
    Gary Charris says

    Lina me agrada escucharte. Desde que leí el aparte en el que comentas que hasta tu voz pareces olvidar, seguí la lectura tratando de escucharte y lo logré. Muchos de los que hemos tenido la fabulosa oportunidad de migrar sabemos que no estamos solos, sino que pertenecemos a un mundo en el que todos somos una misma familia, ojalá que esta contingencia le permita a la humanidad reflexionar sobre su esencia, sobre la idea de progreso que se impuso en el mundo y sobre lo vital. Abrazos!

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