La revolución francesa supone el primer gran paso de la mujer en su toma de conciencia como actora y protagonista de la lucha de clases.
Como ocurriría más de 100 años después con la Revolución Rusa, también la revolución francesa se inicia por la protestas de las mujeres ante la carestía de la vida; son las primeras en marchar a Versalles, y serán punta de lanza durante todo el periodo revolucionario. Tal y como señalaba un policía en 1795, “son principalmente las mujeres quienes agitan, quienes transmiten todo su frenesí en el espíritu de los hombres”. Fruto del ímpetu revolucionario se redactará la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791).
Será durante el siglo XIX cuando comiencen a surgir movimientos sufragistas vinculados inicialmente al naciente movimiento socialista y comunista. Es el caso de Flora Tristán, una de las primeras feministas socialistas, y que vinculó la lucha por la emancipación de la mujer con la lucha de la clase trabajadora. Describió con crudeza la miseria del proletariado ingles poco antes que Engels en Paseos en Londres, y escribió uno de los primeros panfletos fundacionales del movimiento socialista, La Unión Obrera, obra fundamental de la biblioteca de Marx.
Muchos sitúan el origen del 8 de marzo en 1857, cuando las trabajadoras textiles en Nueva York, sector predominante femenino, marcharon hacia los barrios adinerados de la ciudad reclamando reducir sus jornadas extenuantes de entre 12 y 16 horas y mejoras en sus salarios miserables.
El levantamiento de las 20.000
Es a partir del siglo XX cuando el movimiento feminista se desarrolla con más fuerza. En marzo de 1908, 15.000 obreras textiles marcharon por la ciudad de Nueva York exigiendo mejores salarios, la reducción de la jornada laboral, y el derecho al voto. Poco después, en noviembre de 1909, estalla la sublevación conocida como el levantamiento de las 20.000, una huelga en la industria de camisas que duró 11 semanas y cuya principal dirigente fue una mujer, Clara Lemlich.
Las mujeres ocupaban el 60% de los puestos de trabajo en las diferentes subcontratas, cobrando entre 3 y 4 dólares a la semana frente a los entre 7 y 12 que cobraban los hombres en las industrias principales. La huelga tuvo que enfrentarse al comienzo no solo con la represión de empresarios y autoridades, sino con la oposición de los principales dirigentes sindicales de la AFL (Federación Americana del Trabajo), que menospreciaban el trabajo de las mujeres, rechazando la igualdad salarial y que se equipararán los salarios entre hombres y mujeres. Finalmente, tras una dura batalla, se consiguió una victoria parcial tanto para mujeres como para hombres, con un acuerdo que impuso la jornada laboral de 52 horas (antes entre 65 y 75 horas), 4 días de vacaciones pagadas, ninguna discriminación para los trabajadores sindicados, y que los trabajadores pudieran negociar colectivamente sus salarios.
Esta lucha supuso un fuerte impulso en la lucha de las trabajadoras y los trabajadores por mejores condiciones de vida, extendiéndose durante los siguientes 5 años en otros sectores y fábricas. En el sector de la industria textil, 339 compañías de 353 firmaron el Acuerdo. Una excepción fue el taller de camisas Triangle, una de las más importantes y cuyo dueño rechazó entrar en conversaciones con las trabajadoras, cuyas condiciones eran terribles. Los patronos de la fábrica, situada en un 8º, 9º y 10º piso, bloqueaban las puertas para impedir que las trabajadoras pudieran hacer descansos o paradas. Cuando el 25 de marzo de 1911 se propago un incendio, terminaron muriendo 140 trabajadoras, muchas arrojándose al vacío desde las ventanas. Tras esta masacre, que mostró las horribles condiciones en que trabajaban, las protestas públicas forzaron importantes cambios en la legislación de Seguridad y Salud laboral e industrial.
La lucha de la mujer trabajadora no tiene fronteras
En 1907 diferentes revolucionarias socialistas fundan e impulsan la Internacional Socialista de Mujeres, y posteriormente, en 1910 en Copenhague, Clara Zetkin propone al Congreso de dicha Internacional que se establezca el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, en homenaje a todas las mujeres que dieron su vida en la lucha contra la explotación capitalista, y por la plena igualdad y el sufragio universal para todas las mujeres. Asistieron a dicho Congreso más de 100 mujeres de 17 países, entre ellas las tres primeras mujeres elegidas para el parlamento Fines, y se aprobó celebrar ese día mediante un acto de solidaridad con la huelga de las trabajadoras del textil de Nueva York.
Finalmente en 1911 se celebra por primera vez el día de la Mujer Trabajadora en Austria, Alemania, Suiza y Dinamarca, con mítines de masas, llegándose a concentrar un millón de personas. Durante la Primera Guerra Mundial la celebración se centra en exigir la paz y denunciar la carnicería imperialista, destacando especialmente el ejemplo de Rosa Luxemburgo, encarcelada en 1916 por oponerse públicamente a la guerra y por difundir propaganda contra la misma. Los hombres morían en el frente, y las mujeres trabajaban en la retaguardia luchando cada día por alimentarse y poder alimentar a sus hijos.
Rusia 1917, las mujeres también toman el cielo por asalto
Finalmente, en febrero de 1917, en medio de una tremenda hambruna, estalla la revolución en Rusia. La carestía de la vida, tal y como ocurrió 100 años antes con la revolución francesa, lleva a las obreras de Petrogrado a la huelga, exigiendo pan y paz, y sorprendiendo tanto al régimen zarista como a las propias organizaciones socialistas. Dicho levantamiento provocará poco después la caída del Zar, y meses después el triunfo de los Bolcheviques. Las mujeres rusas, como en otras revoluciones, juegan un papel central en todos los acontecimiento revolucionarios incluida la toma de poder.
Una vez tomado el poder por los trabajadores, se conforma el primer Gobierno Soviético, donde por primera vez en la historia habrá una mujer, Alexandra Kollontai, designada Comisaria del Pueblo de Asistencia Pública. Se declaró el 8 de marzo como día festivo, la mujer conquistó el derecho al voto, la igualdad plena en el seno del matrimonio, así como el divorcio y el aborto gratuito. Se impulsaron los servicios sociales, comedores, guarderías, para tratar de liberar a la mujer de la pesada carga del hogar. Y muchas mujeres jugaron un papel activo y decisivo en el Ejército Rojo y en su lucha contra el imperialismo y la contrarrevolución, tanto actuando como soldados como actuando como oficiales y comisarias.
En 1977 la Asamblea General de la ONU estableció el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer, excluyendo el término de Trabajadora, con el objetivo de descafeinar el contenido de clase revolucionario que dio origen a esta celebración. Con mucho esfuerzo y sacrificios hemos obtenido conquistas importantes, pero seguimos padeciendo la misma explotación que impulso en 1910 a las 20.000 camiseteras neoyorkinas: contratos precarios, subcontratación, bajos salarios, etc. El próximo 8 de marzo será una jornada histórica, mediante la huelga, la herramienta de la mujer trabajadora, la herramienta para verdaderamente emanciparnos.
Autora: Beatriz de Diego
Fuente: Libres y Combativas
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