Microrrelato de Marisa Collado
Mi vecina, lejana en la distancia del tiempo y el espacio, vivía su agitada vida con algunas incapacidades físicas y una escasez material acusada.
Conchita, la niña que vio nacer, hija de su vecina inmigrante, afirmaba que las mujeres pobres, de pueblos dispersos, parían en casa, asistidazas por sus madres y, en su defecto, por mujer experimentada.
Conchita y su vecina que la vio nacer, con el tiempo establecieron una relación tácita basada en sus propias necesidades, diferentes pero complementarias en el tiempo, y unidas por las limitaciones históricas del momento.
Fueron descubriendo que esas limitaciones se suplían con los colores que iban observando a través del caleidoscopio que la vecina poseía en sí misma.
Eran colores con esperanza en otras vidas, surcadas de mares azules, lunas llenas y soles amarillos que borbotaban vida creciente, hacia el infinito, mundos de colores relucientes que se entrelazaban multiplicándose con esmero.
Ahora, la niña que fue hace algunos años, quiere dar las GRACIAS con mayúsculas a la vecina por SER Y ESTAR con el caleidoscopio de la vida. En el hogar donde las dificultades físicas y económicas se exacerbaban, los colores del caleidoscopio la surtieron de esperanza.
HASTA HOY, AQUÍ Y AHORA, GRACIAS.
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